EN ESTO CREEMOS

Subscribimos a la enseñanza de los apóstoles resumida en los credos históricos de la Iglesia , el Credo Apostólico y el Credo Niceno.  Aquí está la Confesión de la Alianza Cristiana y Misionera entrelazada con el Credo Apostólico. En esto creemos:
Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra
Hay un único Dios, infinitamente perfecto, que existe eternamente en tres personas:  el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Mt. 3:16-17). Él es el Creador (Gn. 1:1) y Señor, soberano sobre todas las cosas visibles e invisibles (Sal. 103:19).

Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor. Fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de la Virgen María. Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado. Descendió a los muertos. Al tercer día resucitó, subió a los cielos, y está sentado a la diestra del Padre. Volverá para juzgar a los vivos y a los muertos.

Jesucristo es Dios y hombre  (Jn. 1:1,14). Fue concebido por el Espíritu Santo (Lc. 1:35), nació de una virgen llamada María (Lc. 1:27), y vivió sin cometer ningún pecado (1 Jn. 3:5). Murió en la cruz, el Justo por los injustos, como un sacrificio por sustitución. Todos los que creen en Él son justificados por su sangre derramada. Resucitó de los muertos a los tres días de ser crucificado y ascendió a los cielos (Lc. 24:50). Él está ahora a la diestra de la Majestad en las alturas como nuestro gran Sumo Sacerdote. Volverá otra vez para establecer su Reino de justicia y de paz (Heb. 9:28).

La muerte de Jesucristo en la cruz es el sacrificio único y suficiente mediante el cual todo ser humano puede recibir el perdón de sus pecados.  Aquellos que se arrepienten y confían que Cristo murió en sustitución de ellos (Heb. 9:13-26) son nacidos de nuevo, del Espíritu de Dios, reciben el don de la vida eterna y se convierten en hijos de Dios (Rom. 10:9,10 y Jn. 1:12), libres de la culpa y de la muerte eterna.

Creo en el Espíritu Santo
El Espíritu Santo es Dios (Jn. 15:26), enviado para morar dentro de todo aquel que se arrepienta y crea en la obra salvadora de Jesucristo (Jn. 3:7-8), guiarle en toda verdad, enseñarle a seguir los pasos de Jesús y darle poder y dones espirituales (Jn 16; 1 Cor. 12:11-18). Está presente y activo en la Iglesia (Jn. 14:16-17) y el mundo, convenciendo al mundo del pecado, de justicia y de juicio (Jn. 16:7,8).

En su conversión el ser humano es regenerado por el mismo Espíritu de Dios, quien da seguridad de la salvación al creyente (Rom. 8:16). Es también la voluntad de Dios que cada uno que cree en Cristo sea lleno del Espíritu Santo, y así separado del pecado, completamente dedicado a la voluntad de Dios, con poder para una vida santa y de servicio en amor. La consagración (o “sanctificación”) es tanto una experiencia puntual como una experiencia progresiva comenzada en el creyente a partir de la conversión.
Él ha inspirado las Sagradas Escrituras, llamado comúnmente La Biblia.

El Antiguo Testamento y el Nuevo (la Biblia), sin error en su manuscritos originales, fueron inspirados por Dios y son la revelación completa de su voluntad para la salvación de la humanidad, la verdadera Palabra de Dios (2 Tim. 3:16). Por lo tanto es la única autoridad, infalible y suficiente, para la fe y la práctica cristiana (Sal. 119:11; Mt. 4:4). Cada seguidor de Cristo, regenerado por el Espíritu Santo, es apto para estudiar e interpretar las Sagradas Escrituras para el beneficio de su vida espiritual.

Creo en la santa iglesia universal, en la comunión de los santos
La Iglesia es el Cuerpo de Cristo y es universal: está compuesta por todos los cristianos verdaderos de todos los tiempos y en todo el mundo (1 Cor. 12:12,13). La iglesia consiste de todos aquellos que creen en el Señor Jesucristo, son redimidos por su sangre, y son nacidos de nuevo del Espíritu Santo. Cristo es la Cabeza del Cuerpo, la Iglesia, que ha sido comisionada por él para ir a todo el mundo como testimonio, a predicar el evangelio a todas las naciones. La iglesia local es un cuerpo de creyentes en Cristo que se reúne para la adoración de Dios, para edificación a través de la Palabra de Dios, para oración, el compañerismo, la proclamación del evangelio, y la celebración de las ordenanzas del bautismo y la Santa Cena. (Efesios 1:22-23; Mateo 28:19-20; Hechos 2:41-47)
Creo en el perdón de los pecados, la resurrección del cuerpo, y la vida eterna
La humanidad está alejada de Dios por causa del pecado.  El hombre, varón y hembra, fue creado a la imagen y semejanza de Dios (Gen. 1-2). Cayó en pecado por desobediencia, y así incurrió en la muerte, tanto física como espiritual (Rom. 5:1-18). Todos los seres humanos nacen con una naturaleza pecaminosa y están separados de Dios. Para re-establecer la relación con Dios, es necesario que el hombre acepte la obra expiatorio de Jesucristo (vea el 6). El destino del impenitente e incrédulo será la existencia eterna en sufrimiento consciente, apartado de Dios, y la del arrepentido y creyente el gozo de la vida eterna con Dios (1 Cor. 15; 2 Tes. 1:9; Jn. 3:36).

Se hace provisión en la obra redentora de Jesucristo para la sanidad del cuerpo y mente. La oración por los enfermos y afligidos y la unción con aceite (Stg. 5:14-16) son ministerios de la Iglesia en la época actual.
Habrá una resurrección corporal de los justos y los injustos; para aquéllos, una resurrección de vida, y para éstos, una resurrección para juicio. (1 Corintios 15:20-23; Juan 5:28-29)   La segunda venida del Señor Jesucristo es inminente  y será personal, visible, y precederá un reino milenario de Cristo. Esta es la esperanza bendita del creyente y es una verdad vital que le impulsa a una vida santa y un servicio fiel. (Hebreos 10:37; Lucas 21:27; Tito 2:11-14).